domingo, 29 de enero de 2017

POCERO


Sigue levantándose temprano, y lo primero que hace es asomarse a la ventana, "a ver qué hace el día”, dice, después de toda una vida trabajando a la intemperie, pendiente del cielo y sus mudanzas.

sábado, 28 de enero de 2017

SIN SU ABRAZO NECESARIO


(Crónica, sentida, de un funeral al que asistimos ayer)
Era un ataúd blanco, pequeño, cubierto de flores; incongruente con el habitual fluir del río de la vida. En él ya descansaba el niño. La devastación de la enfermedad al fin había cesado. Despiadada, lo había matado a manotazos de sufrimiento. Lo llevaron allí para verter las últimas lágrimas y susurrar los rezos finales, antes del crematorio, del final definitivo, de la extensión infinita de una herida en la memoria. Y del persistente afán de sus padres, a partir de ahora, para evitar cada día, mientras consumen su vida, ese último dolor llamado olvido. Quizás el sufrimiento de ahora, curvo y punzante, de aristas vivas, incrustado en las entrañas, vaya cesando, según se gasten los días de su existencia – al final, el óxido del tiempo todo lo cubre y lo ciega, incluso los goznes sobre los que giran las cuchillas del dolor-; aunque a ellos siempre les quedará una niebla de tristeza, inoculada para siempre en los hondones de la memoria.

martes, 24 de enero de 2017

TALIDOMIDA


 Faustino siempre está en la memoria de mi infancia, durante aquel tiempo en que la vida la evoco en blanco y negro. Éramos de la misma edad, y, como vivíamos cerca, a veces coincidíamos en los partidos de fútbol que se organizaban en la plazuela que había junto a su casa, aún de tierra apisonada.

Siempre se ponía de portero, y, aunque no tenía brazos ni piernas, yo lo recuerdo como un buen guardameta, que rodaba con agilidad por el suelo y paraba bien los disparos rasos. También, si era preciso, se estiraba, esbozaba un brinco, y a veces conseguía despejar con sus muñones los balones más altos. 

domingo, 22 de enero de 2017

FADOS

     Ella cantaba fados, para mecerse el alma con esa música lenta y lánguida, rebosante de poesía y de mar, hecha con la misma sustancia emocional que segrega la persistencia de la soledad y la añoranza.

BOLEROS

La vida entera, decía ella que estaba en los boleros. Todas las ilusiones y emociones de la vida compartida, deseada, consumida entre los dos. Sus alegrías y tristezas. Y a nuestro bolero, el que, al principio, bailamos y vivimos con el gusto creciente del amor, como una turgencia pasional que estallaba en la deflagración del deseo, aún le faltaban las lágrimas negras del desamor y el adiós. 

EL BESO


La fotografía de El Beso, de Robert Doisneau, está siempre en la memoria y en los sueños, incumplidos, del protagonista de “Los versos de Arabí”:
«Nos abrazamos en silencio, sabiendo los dos que era la última vez que la vida nos permitiría estar juntos, oyéndonos, las palabras o los silencios, acariciándonos las manos, mirando juntos hacia el horizonte, hacia el crepúsculo de la tarde en el océano. 

LA LUMBRE

Las viejas coplas que oí cantar a los viejos. En ellas estaban los rituales y las picardías de los cortejos y los apareamientos, los afanes de la vida, la alegría de la fiesta, el vino y la lumbre. Lo fundamental de la existencia:

sábado, 21 de enero de 2017

LA NIEVE: SU BLANCURA Y SU SILENCIO


Durante aquellas noches, en el soplo del invierno había un presagio de nieve, la intensidad de un frío que dejaba aterida la ciudad y las calles vacías. Por eso él, desahuciado de su casa y abandonado, se guarecía al atardecer en el sótano de un edificio deshabitado. Pero una mañana, al salir a la calle, vio cómo descargaban materiales de construcción. Por eso, cuando regresó, no le extrañó encontrarse con la entrada a su guarida tabicada con ladrillos, al igual que todas las puertas y ventanas de aquel edificio que habían decidido preservar de ocupas indeseados.  

viernes, 20 de enero de 2017

NO LLORES, MUJER


Se le fue apagando la mirada como un atardecer, aquellos ojos velados por el óxido del sufrimiento y la rabia. Devastada por la perdición del hijo, ya seca de lágrimas. Por eso, cuando él la recuerda, también rememora aquella canción de Bob Marley en la que llora una mujer. Y se acuerda de sus lágrimas, y de la noche en que la abrazó mientras susurraba esa melodía triste. Su padre dormía, pero ella nunca conciliaba el sueño hasta que escuchaba la puerta. Y aquella noche, como todas las demás, al oírlo se levantó.

LADRIDOS AL CIELO


Después de que rugiera, otra vez, el cielo, y los aviones vertieran de nuevo su vómito de metralla y fuego, un perro pequeño vagaba en torno a las ruinas de un edificio recién arrasado. Andaba despavorido, desorientado, herido. Su instinto, ya sin referencias, no localizaba su casa. Hasta que se paró en una grieta abierta entre los cascotes y el hormigón reventado. Gimió primero, con un aullido lastimero. Y luego ladró con rabia. Quienes estaban al rescate, acudieron al lugar que el animal señalaba con sus ladridos, y enseguida sacaron a un niño aún con vida. El perro entonces, anegado de polvo y sangre, malherido, movió el rabo, contento: ya sabía que los suyos estaban allí, y había que protegerlos. Por eso se tumbó junto a la grieta abierta al vientre de la escombrera, aún humeante, y ladró al cielo. 

domingo, 15 de enero de 2017

LA RADIO



Delfina se sentaba todas las tardes junto a la radio a hacer punto y a oír los discos dedicados. Aquel aparato tenía para ella una cualidad de animal de compañía. Incluso en los inviernos lo tapaba por las noches, para preservarlo del frío. Cuando sonaban las canciones de Antonio Machín, eran los momentos álgidos de la emoción, sobre todo si oía “Espérame en el cielo”, aquel bolero de tristeza y luto, inalterado en su memoria y en sus melancolías viejas desde que lo bailó con Melecio, en unas fiestas patronales, la noche en que se hicieron novios, mientras oían aquella canción en directo, con la emoción de asistir a un prodigio salido de la radio, en la voz melodiosa del negro Machín.