sábado, 28 de abril de 2018

REGRESO A SEFARAD




Las últimas luces del atardecer enseguida encienden un crepúsculo que prolifera por el cielo de la ciudad, antes de tornarse en noche cerrada, adensada junto a los muros de las calles estrechas, ya sólo iluminadas por la tenue luz del alumbrado nocturno. En estos anocheceres de verano me gusta pasear por tu barrio, como tú lo llamabas cuando lo recorriste por primera vez junto a mí; aunque estas geografías urbanas ya estaban en tus paisajes emocionales, después de tantos relatos, tantas historias contadas y tantas nostalgias viejas inoculadas en la memoria colectiva de tu familia, de tu gente, durante más de quinientos años.
Luego, cuando paso junto a las sinagogas, evoco aquella tarde en que nos adentramos en ellas, y tú, más que observar los arcos, los muros, los objetos artísticos y de culto, parecías sentir la emoción de una impronta centenaria que perdurara en ti, en los hondones del alma, ya tan hollados por la memoria, y por las historias tristes que te contaron los viejos, y las que leíste en los escritos antiguos, y escuchaste en los versos de un poeta sefardí que tus antepasados se llevaron al exilio, preservadas del olvido durante todas las generaciones. Por eso me decías que tu viaje, en realidad, suponía la vuelta de tu familia, regresada en ti, después de más de cinco siglos.