Las viejas coplas que oí cantar a los viejos. En ellas estaban los rituales y las picardías de los cortejos y los apareamientos, los afanes de la vida, la alegría de la fiesta, el vino y la lumbre. Lo fundamental de la existencia:
“Los móviles sonaron casi a la vez, y sólo con una mirada cómplice acordaron su respuesta, su negativa a acudir a aquellas cenas familiares de Nochevieja donde, aunque tenían una silla preparada, en realidad nadie los esperaba. Ellos se sentían bultos anónimos, ocupas invisibles junto a unas familias que no les habían dejado crecer el sentimiento de pertenencia. Y ahora Avelino, Genaro y Dionisio se sentían bien, arrimados a las brasas que habían encendido en aquel parque donde recuperaban las texturas y el olor de la tierra, rememorando los sabores, los aromas y las coplas de antes, cuando aún tenían familias de verdad y percibían la fragancia tibia de la felicidad durante las Nocheviejas, antes de la soledad y del exilio de su vejez a los pisos de sus hijos. Por eso preferían continuar allí, junto a la lumbre, bajo las estrellas, asomados a la memoria, evocando, sintiendo, una felicidad pretérita, mientras la noche ensanchaba el cielo y el año moría.”
(Fragmento del relato "Viejos sonidos del tiempo amarillo", premiado en Alfambra)