Cuando
a mi padre, antiguo funcionario del Protectorado marroquí, lo trasladaron a
España, tuvimos que dejar Larache, donde había vivido durante aquellos primeros
años de mi vida. Por eso, anegada de lágrimas, una tarde me despedí de Ridwan,
con quien había compartido durante aquel tiempo paseos, emociones y
descubrimientos junto al Atlántico; hasta que, al final, también acabamos compartiendo
los besos, la misma tarde en que un retratista callejero nos hizo una
fotografía, en el paseo marítimo, antes de alejarnos por la playa hacia donde
crecían las dunas, la soledad y la intimidad. Fueron unos besos miedosos, al
principio, estremecidos, mientras aprendíamos a indagar en los misterios de la
piel y sus gozos. Besos salobres, con los labios impregnados por las brisas del
océano, adentrándonos en el gusto crecido de las caricias, con la codicia de
unas manos adolescentes, temblorosas y enfebrecidas.
El taller de la buhardilla es donde yo escribo y guardo mis obras: un lugar abierto a la pasión literaria.
viernes, 29 de septiembre de 2017
viernes, 22 de septiembre de 2017
LOS RUMORES DEL AGUA
Ahora que ya no podremos sentir juntos
las fragancias de los fresnos ni escuchar, cogidos de la mano, los rumores del
agua, quiero aferrarme a los recuerdos de aquel paisaje que durante dos
primaveras fue el escenario de una apasionada historia que aún palpita en esas
láminas de la memoria donde guardamos los sueños rotos.
Fue muy rápido, una de esas enfermedades
fulminantes, me dijeron cuando pregunté por él, después de aquella carta de
despedida en la que me hablaba de su enfermedad, de su trabajo de escritor y de su último cuento, sobre los rumores del agua, para que lo recordara cuando
volviera a los paisajes en que gozamos de nuestra efímera historia de amor.
viernes, 15 de septiembre de 2017
¿TE ACUERDAS, LAURA?
A pesar de esa tristeza que ya siempre viertes por los
ojos, al llegar a la estación se te ha escapado una sonrisa, porque ya sabías
que salíamos de viaje, en este autobús tan lujoso, tan distinto de aquel otro
en que nos vinimos a Madrid los tres. ¡Qué jóvenes éramos entonces! ¡Y Miguel
qué pequeñito! ¿Te acuerdas, Laura?
Cuando dejamos el pueblo, tú me decías que en Madrid
sólo íbamos a estar unos años; hasta que Miguel saliera adelante, pues en
realidad lo hacíamos por él, por su futuro. Y después, cuando tuviera su
familia, y su trabajo, nosotros cogeríamos de nuevo un autobús de regreso a
casa. Pero han pasado más de cuarenta años desde entonces y hasta ahora no lo
hemos hecho, a pesar de que hace más de veinte que Miguel dejó de tener futuro.
De eso sí te acuerdas, ¿verdad, Laura?
sábado, 2 de septiembre de 2017
LOS BRILLOS DE UNA RISA MUDA
Corría aquella tarde una
brisa tibia que traía adheridas fragancias de la montaña y transparencias de
cristal. Al norte, la sierra de Guadarrama brillaba nítida, y bajo los árboles
caía una lluvia amarilla que cubría las aceras de aquella urbanización con el
oro viejo del otoño.
Y según pisaba las hojas
muertas, me acordaba de África, y de Oumar, que vivió en la calle hasta que lo
internamos en nuestro centro, creado para aliviar el sufrimiento de los
huérfanos, abandonados a la intemperie, víctimas de la guerra y la hambruna,
incesantes. Oumar tenía los ojos grandes, muy negros y grandes, con los que
reía, sin el ruido de la risa. A veces yo le contaba historias graciosas,
inverosímiles, de monos chillones y gacelas locas, y él entonces agrandaba la
mirada con los brillos de una risa muda.
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