domingo, 22 de enero de 2017

EL BESO


La fotografía de El Beso, de Robert Doisneau, está siempre en la memoria y en los sueños, incumplidos, del protagonista de “Los versos de Arabí”:
«Nos abrazamos en silencio, sabiendo los dos que era la última vez que la vida nos permitiría estar juntos, oyéndonos, las palabras o los silencios, acariciándonos las manos, mirando juntos hacia el horizonte, hacia el crepúsculo de la tarde en el océano. 
–Me dices que se llamaba Françoise. Y al final regresó a París –le oí hablar, o susurrar, antes de empezar a andar–. Gracias, mi niña. A los viejos, con la vida ya tan gastada, y aunque apenas durmamos, sólo nos quedan los sueños que aún no han borrado la vejez y sus nieblas. 

 Y al ver el brillo de su mirada supe que no le había engañado, aunque él prefiriera seguir aferrándose a la ingenuidad de sus sueños viejos; a la memoria de aquellos tiempos en que de verdad creyó que su amante algún día podría huir a París, y ser libre; cuando él mismo creía que tal vez la vida también le diera una oportunidad para viajar a aquella ciudad de la luz, y así encontrarse los dos, libres, y pasear felices por aquellas calles siempre encendidas, y pararse cuando acuciara el deseo, las ganas del roce y de juntar los labios, para besarse con pasión, como los amantes que él veía en aquella fotografía con la que estuvo soñando durante tantos años. 
Él ya sabía que la vida les había derrotado, que la realidad de la existencia se había impuesto sobre la imaginación y las fantasías. Por eso me dolía tanto aquella mirada última, con esa expresión que a veces ensombrece los ojos de quienes no albergan esperanza, y sólo quedan los brillos fríos del vacío interior y las cenizas de los sueños incumplidos.» 
Francisco de Paz Tante 
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