Es el miedo, inspector; ese aliento frío y turbio que
a veces nos anega de niebla y pánico, y entonces ya sólo sentimos un mero
instinto de supervivencia, crecido, palpitando, agazapado como una alimaña, a
la defensiva. Porque es ese instinto ciego el que actúa, el que lanza su
zarpazo, o la dentellada mortal; mientras sólo percibimos su jadeo, y luego el
espanto de la sangre.