He viajado a Riópar, desde Alemania, para ver los restos que aún se
conservan de la mina y de la fábrica donde trabajó mi bisabuelo Hubert. También
he podido observar el río en el que habita la ondina de la que él hablaba en la
última carta que envió a Hannover, a la familia.
«La ondina que habita las aguas del río Mundo tiene los ojos verdes,
siempre mojados. A veces me la encuentro, en los sueños, o palpitando en las
brisas de la ribera, en estas aguas que alimentan los chorros crecidos desde el
vientre de la montaña abierta, y luego ya mantienen un incesante eco de
murmullos y rumores. Cuando las hojas de los fresnos cubran la ribera con el
oro viejo de las hojas muertas, le echaré al agua corazones impregnados de otoño.
Para que se los cuelgue en el pecho y se acuerde de mí», escribió Humberto en su
última carta.
Después ya solo hubo silencio, y misterio. Por eso he venido a Riópar,
para conocer su historia. Está en la memoria de un viejo que me habló de la
leyenda de Humberto el metalúrgico y la ondina del río Mundo.