viernes, 20 de enero de 2017

LADRIDOS AL CIELO


Después de que rugiera, otra vez, el cielo, y los aviones vertieran de nuevo su vómito de metralla y fuego, un perro pequeño vagaba en torno a las ruinas de un edificio recién arrasado. Andaba despavorido, desorientado, herido. Su instinto, ya sin referencias, no localizaba su casa. Hasta que se paró en una grieta abierta entre los cascotes y el hormigón reventado. Gimió primero, con un aullido lastimero. Y luego ladró con rabia. Quienes estaban al rescate, acudieron al lugar que el animal señalaba con sus ladridos, y enseguida sacaron a un niño aún con vida. El perro entonces, anegado de polvo y sangre, malherido, movió el rabo, contento: ya sabía que los suyos estaban allí, y había que protegerlos. Por eso se tumbó junto a la grieta abierta al vientre de la escombrera, aún humeante, y ladró al cielo. 

 Francisco de Paz Tante

(Este relato es para mi hijo Javier, que aún recuerda aquella historia, real, que le conté de unos perros malheridos a los que sólo les quedaba vida para mover el rabo, contentos, cuando vieron a su dueño. Y para la perrita “Mini”. In memoriam)