La lluvia, al fin, que raya, oblicua, el aire turbio, y moja la memoria; que me huele a campos de la infancia, a katiuskas de niño recién estrenadas, a pelo húmedo bajo un paraguas ofrecido al salir del instituto, con roces de manos y de caderas: incipientes estremecimientos del deseo bajo la lluvia tibia de la adolescencia.
La lluvia ahora, de nuevo, que agrisa la luz y me muestra la vida en blanco y negro, los retratos ya amarillos, las nostalgias viejas, los amores pretéritos, los sueños gastados.
Dejo el refugio de la casa y el cristal, y me asomo al cielo gris, a mojarme con la lluvia de antes, para sentir, con más intensidad, la emulsión del agua sobre los retratos de mi memoria vieja, donde aún está aquella imagen de un paraguas ofrecido al salir de clase, y la del roce de unas manos y de una falda mojada, mientras caminaba, estremecido, bajo aquella lluvia, ya tan lejana, de la adolescencia.
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