Durante aquellos años transitaba con la biblioteca rodante por unos pueblos ya despojados de gente y de futuro, ahora abandonados bajo la hojarasca de un otoño definitivo.
Y
de quien más me acuerdo, cuando rememoro mis viajes con la biblioteca nómada, por
aquella geografía de la desolación, es de un viejo que siempre me esperaba
sentado junto a la caseta de la parada del autobús, ya en desuso y podrida.
Cuando
subía al bibliobús, antes de elegir otro libro, siempre me hablaba con
entusiasmo del que había leído ese mes. Desde que descubrió la literatura de
los hombres del campo y de los pueblos, eran aquellas obras las que siempre me
pedía, sobre todo las novelas de Miguel Delibes.
Me
decía que él era un personaje más de aquellos libros, en los que se lee la vida
de los campesinos, sus afanes, soledades y tristezas. Y me contaba que en
aquellas páginas estaban los recuerdos de su propia vida a la intemperie, los
de las brasas del verano, y, sobre todo, los del frío del invierno, ya grabado en la memoria y
en los huesos. Era aquel frío que, mientras trabajaba, le calaba el pellejo y
ahondaba en la piel con su escozor de escarcha. Un frío que germinaba en los
sabañones, de continuo picando y escociendo en las manos durante todo el invierno.
Una brisa de nieve en la que se entreveraba la desolación que siempre deja el
aliento de la pobreza.
Uno de aquellos viernes de visita, me
sorprendió su ausencia en el sitio habitual donde siempre me esperaba. Entonces
supe que el último lector de aquel pueblo ya nunca acudiría a la cita que tenía
con los libros nómadas. De modo que busqué en la ficha su domicilio.
Cuando
llegué a su casa, y vi la puerta entreabierta, por donde enseguida escaparon unos
aleteos espantados, supe que él ya sólo estaba en la memoria de quienes
quisiéramos preservarlo del olvido.
El
alcalde del pueblo vecino, mientras unos lectores buscaban entre las baldas, me
dijo que, cuando lo encontraron, tenía un libro entre las manos, con una nota
para mí: “Este libro es de la biblioteca ambulante. Devolvedlo. Para que otros,
como yo, no se mueran tan solos.”
(Del
relato ganador del XV Certamen de Relato Breve "Torreón de San Román")