sábado, 18 de febrero de 2017

EN SU CABALLITO DE OLAS


El niño llegó. Al final, llegó a la playa, con sus ojos de agua abiertos a la luz fría del amanecer. Su madre, no. Según contó un superviviente, ella se hundió, y se quedó enredada entre las algas y los corales, en las geografías, sumergidas, del mar. Pero el niño, pequeño, liviano, flotó sobre las olas, empujadas por las brisas del sur y el aliento de África. Y llegó a su destino, a una playa de Cádiz, al amanecer. Por eso lo envolví enseguida en la manta amarilla, para protegerlo del frío de la madrugada. Luego apareció el juez, el forense, más policías y la ambulancia, que se lo llevó, silenciosa. Y, cuando me quedé solo, fijo en las olas que habían traído al niño, lloré. De pena y rabia.

Y ahora, todos los domingos llevo flores a un nicho sin nombre, sólo con la inscripción de un número y una fecha, en la que arribó a la playa el niño que lo habita, en su caballito de olas, navegando hacia su destino, empeñado en llegar a donde decía su madre, viuda de una guerra incesante, que había libertad y comida. Y llegó con sus ojos repletos de agua, muy abiertos a la luz fría del amanecer.

Francisco de Paz Tante 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes dejar tu comentario.