viernes, 3 de febrero de 2017

CIGÜEÑAS

Hoy, día de San Blas, evoco aquellas cigüeñas de mi infancia, y de mi literatura:
Y ahora me veo otra vez con los ojos asombrados de un niño, mirando la torre de la iglesia, hacia el nido que siempre estuvo allí, en lo más alto. Miro porque ya han llegado las cigüeñas, y pronto empezarán a crotorar y a inundar con sus ruidos de castañuelas esos días en los que ya se intuye la primavera en los campos.
A veces nos las encontrábamos por los caminos, y las observábamos cuando arrancaban con las ganzúas de sus picos ramas y pajas para arreglar su nido, y ellas nos miraban, mientras andaban con parsimonia de bailarinas sobre sus finas patas de palo seco. 
Luego, muchos años después, ella las encontró en Yenné, donde hibernaban. Y, en la lejanía, en aquellas tierras africanas arrasadas por el aliento del desierto, sus manchas blancas se juntaban y extendían en un delirante paisaje de nieve.
También allí, en aquellas míseras aldeas de Malí, vio algunas solitarias y dispersas, que recorrían los campos próximos, y, a veces, cuando arreciaban las grandes hambrunas, y los más viejos o los enfermos se quedaban ovillados en el suelo, ellas, las cigüeñas, se acercaban lentamente, para observar, muy quietas, el color y la tristeza ocre de la muerte.

(Las cigüeñas de Yenné: Francisco de Paz Tante)