viernes, 18 de enero de 2019

UN BALÓN ROTO



«Me ha llamado el ministro», dijo el general. Y luego, durante unos segundos, se quedó callado, fijo en la pantalla, como afectado por un acceso de bruma y dudas. Hasta que al final explicó, con voz cansada, entreverada con posos de tristeza y hastío: «Vamos a bombardear la casa, hasta reducirla a cenizas y escombros. El ataque ya está preparado».
Después el general enarcó la mirada sobre la imagen proyectada en la pantalla, para observar el paisaje de tejados –algunos reventados por la devastación de la guerra incesante—, terrazas abiertas al cielo, ropa tendida y antenas desarboladas. Aguzó la mirada sobre la terraza elegida, que captaban las cámaras desde celosías camufladas en los edificios más altos o incluso desde el cielo inaccesible de los aviones fantasmas. 
Le angustiaban los daños colaterales y las víctimas infantiles, por eso trataba de identificar en la imagen muestras o evidencias de la existencia de niños en aquel edificio. Rememoró entonces el día en que decidió recorrer las calles, para conocer de cerca su situación y sus peligros. Y recordó que, al volver una esquina, se encontraron con un niño, frente al vehículo militar, con un balón en las manos, arrimado a su pecho. 
Aunque solían ser mayores que aquella criatura, al menos adolescentes, quienes se adosaban y ocultaban las bombas para explosionarlas junto a los vehículos militares, los protocolos de seguridad eran muy estrictos con cualquiera que se arrimara a ellos. Por eso, al ver al niño con aquel balón viejo, sospechoso, quieto, frente a la tanqueta, enseguida saltaron las alarmas. Con la escotilla cerrada del blindado, y apuntándolo con la ametralladora, le dijeron que dejara el balón en el suelo y se alejara. Él entonces se puso nervioso, y empezó a llorar. Y el general, cuando recordaba aquella escena del niño anegado de lágrimas y de pánico, aún no sabía cuál fue la causa de aquel impulso que lo empujó a abrir la escotilla, saltar a la calle, acercarse al muchacho y tratar de calmarlo.
—Es mi balón —dijo el niño, llorando. Me lo regaló mi padre. 
El general, entonces, arrimó un detector de explosivos a aquel balón de cuero, blanco, muy desgastado. Luego lo cogió y lo rajó con su cuchillo. Al comprobar que en el interior solo había aire, se lo devolvió al niño. 
—Me lo has roto —balbuceó el muchacho, aún anegado de lágrimas y espanto. Luego se fue corriendo, con su balón rajado, desinflado. 
Esos eran los recuerdos del general mientras seguía con los ojos clavados en la azotea de una casa que iban a bombardear. 
Las órdenes estaban dadas, y los preparativos en marcha. El avión ya estaba en vuelo, en dirección a su objetivo. Los activistas se habían pertrechado en aquella vivienda, desde donde respondían con disparos a cualquier intento de convencerlos para que dejaran las armas y se entregaran. 
Fue al conseguir que ampliaran un poco más la imagen de aquella azotea que iban a bombardear cuando el general vio un objeto redondo, blanco, en un rincón. Luego se acercó a la pantalla, y entonces distinguió con nitidez que era un balón muy desgastado, desinflado, rajado. 
Después las bombas borraron la imagen con su estallido de fuego. Y el general ya solo vio humo y polvo; y los brillos que le empezaron a brotar en su mirada húmeda, que aún persistían cuando le informó al ministro del éxito de la operación, y del daño colateral producido, uno pequeño, le dijo, bajo los escombros, junto a su balón roto. 
Francisco de Paz Tante 

6 comentarios:

  1. ¡Qué historia más triste!La guerra es terrible, nos hace malvados, y lo que es peor, no tener conciencia de aquello en lo que nos estamos convirtiendo. Un relato estremecedor, Francisco. Me ha emocionado su lectura. Saludos.

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    1. Gracias por tus emotivas palabras, señorita Rita, y por llevarte mi relato a tu blog. Un saludo.

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  2. Hola Francisco, vengo siguiendo la recomendación de https://elbaulderita.blogspot.com/, veo que ella ha llegado antes que yo.
    Los relatos siempre tiene un interior que atrapa como este de hoy, Un abrazo

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    1. Muchas gracias, Esther, por las palabras de tu comentario. Un abrazo.

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  3. Buenos días, Francisco, desde el baúl de Rita vengo a conocerte. Este relato tan conmovedor muestra la ironía en la que nos envuelve a veces el destino, un abrazo!

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