sábado, 16 de diciembre de 2017

LA BREVE ETERNIDAD DE UN BESO ESTREMECIDO

Cuando la vi en el periódico, sentí enseguida esa necesidad que en tantas ocasiones me empuja a escribir, a narrar un estremecimiento, un zarpazo emocional, algo que me conmueva. Es el retrato de un abrazo, de un beso. Un hombre y una mujer unen sus labios, se entrelazan con sus brazos, con sus manos muy abiertas, para que abarquen más pasión, más piel deseada. Dos cuerpos unidos en un abrazo, dos seres entregados al afán del deseo palpitante en los labios, en ese hálito que, más allá de la piel, a veces brota del alma y nos muestra en plenitud el gusto del amor compartido.
Enseguida también me di cuenta de que solo había una sombra, como si ya estuvieran fundidos en aquella extensión oscura que había crecido en el suelo. Dos amantes, rebosantes de pasión, y una sola sombra. Una metáfora del amor, pensé entonces. Porque quizás ese sea el afán último de los amantes, el deseo de adentrarse en los labios, en la piel, y quedar invadidos, penetrados, para que el sol derramado los proyecte sin periferias ni fronteras entre ellos.  

O quizás la metáfora fuera de la muerte. Porque los amantes son Bonnie and Clyde, retratados poco antes de que murieran, juntos, en el coche, mientras persistían en su escapada hacia ningún sitio, quizás con un abrazo final que buscara una imposible protección para las balas que los acribillaron. Tal vez por eso la sombra única auguraba su inminente destino, antes de que su leyenda se hiciera eterna. Aunque yo prefiero pensar que fue ese momento que atrapa la fotografía el que los introdujo en la eternidad, en la breve eternidad que sólo otorga un beso estremecido. 
Francisco de Paz Tante

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