Hoy, como cada uno de noviembre, te traigo
flores, y susurros con los que recuerdo tu existencia, murmullos que los demás
creerán que son plegarias o rezos, y no estas palabras acalladas con las que
pretendo evocar tu vida, y romper el silencio que brota de la tierra, del
mármol frío que te cubre.
Ayer fui al río, a recorrer otra vez los senderos de antes, por los que anduvimos juntos, ahora ya sólo intuidos bajo las hojas muertas de la lluvia amarilla otoñal.
Ayer fui al río, a recorrer otra vez los senderos de antes, por los que anduvimos juntos, ahora ya sólo intuidos bajo las hojas muertas de la lluvia amarilla otoñal.
Las hojas seguían cayendo mientras paseaba por
la ribera. Sentí entonces esa melancolía contumaz, ya tan conocida, tan
reiterada, con su gasa blanda impregnada de ti. Y volvieron los recuerdos de la
textura de tus manos, de tus caricias, de tu abrazo; de tantas noches sintiendo
tu aliento, respirándote.
A pesar del paso del tiempo, y del inalterado
frío de tu ausencia, aún mantengo viva la turgencia emocional que nos brotó
durante aquellos años de los gozos del sexo y la pasión crecida del amor. Por
eso me acordé de ti, de nosotros, cuando leí aquella novela crepuscular de
Gabriel García Márquez en la que el protagonista aconsejaba a uno de los
personajes que no se muriera sin haber probado el sexo con amor.
Es la plenitud de esa experiencia, de esa
pasión de la que hablaba el escritor, la que aún guardo en los abismos de la
piel y la memoria. He mantenido su regusto y su recuerdo durante toda la vida,
y más allá de la vida. Porque ahora, que ya estás bajo el mármol frío de esta
lápida, aún me arde, en la anchura y la soledad de mi cama y mi existencia,
aquella lumbre que encendimos juntos. Como me ardía durante tu enfermedad,
cuando procuraba que mis caricias, rebosantes de ternura, te entibiaran el frío
mortal que te crecía por dentro. Porque entonces, cuando la sombra de la
enfermedad proliferaba, yo pretendía, con pasión e ingenuidad, dar calor y luz
a la noche que ya te acechaba. Aunque no pude evitar que te fueras apagando
como el final de un crepúsculo.
Quizás ahora, en realidad, sólo seas tierra,
polvo, nada; pero yo te mantengo viva. Por eso, como cada uno de noviembre, te
traigo flores, y palabras, que los demás creerán que son plegarias o rezos, y
no susurros, soplos de voz y aliento, para liberarte de la fría mudez de la
tierra y del mármol, de la muerte, del olvido.
Francisco de Paz Tante
Francisco de Paz Tante
EXCELENTE
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