El escarmiento, una vez más, sería contundente
y despiadado. Las órdenes estaban dadas, y el avión ya volaba hacia el edificio
donde se habían pertrechado los autores del ataque. La ciudad era un laberinto
repleto de callejones, estrechuras y peligros. Por eso, una vez localizados los
activistas, los misiles desde el cielo serían más seguros, precisos y letales.
Y el general, desde el centro de mando, al
observar en la pantalla la imagen ampliada del objetivo, enseguida se fijó en
la ropa tendida que brillaba al sol de la azotea. Eran prendas de niños, aún
mojadas, se percató entonces, estremecido, segundos antes de que la imagen se
rompiera en un estallido de fuego. Después ya sólo vio llamas, humo y
escombros. Cuando le informó al ministro, aún sentía el empuje de las lágrimas,
mientras le decía que esta vez los daños colaterales habían sido pequeños.
Francisco de Paz Tante
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