
Algunas tardes, cuando
nos reencontramos, si estamos solos, para prolongar el viaje, yo pulso el botón
del final, mientras siento la brisa de su sonrisa y los efluvios del deseo.
Luego descendemos al tercero, en el que vivimos, ella en el A y yo en el C,
donde volvemos a la aridez de nuestra vida cotidiana y real; ella junto a un
marido empeñado en remover las cenizas de una pasión pretérita, ya arrasada por
la rutina y el cansancio que provocan los baldíos intentos de reinventar los
sueños gastados; y yo junto a una mujer infiel, harta de vivir entre los
escombros del desamor. Los dos permanecen ajenos a nuestros breves viajes
verticales, crecidos, en los que rebrotan las emociones de la seducción y de
nuevas ilusiones, como recién estrenadas.
Francisco de Paz Tante
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